Aquel primero de mayo, el de 1968, pasaría a la historia como un rutinario día de protesta. Gobernantes, banqueros y empresarios dormirían tranquilos al caer la noche.
Transcurrido ya el siempre revolucionario mes de abril, no sólo porque florecerán los claveles, y dejado atrás el molesto día uno, de nada habría que preocuparse. El sistema, tal y como lo idearon, seguiría funcionando.
Pocos podían imaginar, si acaso unos cuantos ilusos u optimistas, en función de quien les hable, que el encierro llevado a cabo por unos cuantos estudiantes el día dos de mayo sería la mecha que prendería el estallido social. Aquella tranquila mañana vería nacer el mayo del 68.
Sí el lector pertenece a la clase social que respira aliviada tras un primero de mayo sin mayores incidentes ni pretensiones, quede tranquilo. Sólo son viejas historias de una época lejana y las circunstancias que motivaron tal revuelo son ya inimaginables.
Fíjese usted que los estudiantes no tenían salidas laborales, que los obreros eran despedidos a diario y era un viejo sistema contra el que se luchaba. No, respire tranquilo, esto aquí no puede ocurrir. Pues los sueldos eran de miseria, diaria era la represión para quien no callaba y al imperialismo le dedicaron la revuelta.
Pero no sería del todo sincero con usted sin advertirle. Nosotros, los de la clase de abajo, los ilusos, tenemos los mismos conocimientos, en esencia, que aquellos agitadores sediciosos. Porque al igual que ellos, sabemos que la esperanza sólo puede venir de los sin esperanza, que el pensamiento estancado es el pensamiento podrido, que la poesía está en la calle, y que aquel que abra los ojos no podrá volver a dormir tranquilo. Aunque como buen tecnócrata poco amante de las letras permítame ilustrarle con otro ejemplo que hasta usted podrá entender: También al igual que ellos, sabemos que las barricadas cierran la calle, pero abren el camino.
No obstante, muchas de las revoluciones, no todas, al igual que las viejas historias de amor, no tienen un final feliz. Aunque con seguridad, usted y yo entendamos de forma muy dispar el concepto de felicidad. No se lo tome a mal, no se trata de algo personal. Es simple y llanamente que tenemos opiniones irreconciliables, pues nuestros intereses son contradictorios. Para que me entienda, quiero decir que usted es el explotador y yo soy el explotado. Aunque pasen ya de seis millones los que buscan usurero.
Así que me veo en el deber de informarle que del mayo francés reniegan hasta los sublevados. Daniel Cohn-Bendit, uno de los iconos y hoy eurodiputado, pide que se olviden las barricadas, puesto que ya no existe el mundo contra el que se levantó. Y para que no quede posibilidad de duda, titula al libro donde lo escribe: Forget 68.
Luis Éluard